Aquel día me levanté con el convencimiento de que sería inolvidable, bien entrada la tarde estaba todo preparado. Era un ir y venir de personal ataviado con bata verde y mascarilla, yo me disfracé según las indicaciones y me alineé con la camilla. Ya en la sala, sostuve las tijeras entre mis manos, eran frías y sentí su contacto con mi piel sudada, eso me alivió. Busqué a Alicia que, con un gesto de aprobación, me indicó que había llegado el momento, apuntó al sitio exacto y susurró:
–Ya puedes cortar, justo por aquí.
No lloraba y eso me incomodó, pero me autoconvencí de que si ellos no se ponían nerviosos yo no tendría motivo para estarlo. Aproximé las tijeras al sitio señalado, no oí nada ni a nadie, en la sala se respiraba un aroma dulce, indescriptible. Clavé mis ojos en el punto dónde debía cortar, era de un color blanco azulado, en forma de espiral, aún latía. Afiné mis sentidos y esperé indicaciones. Justo en el momento preciso cerré las tijeras, la única oposición encontrada fue su propia textura gelatinosa, era elástico y me obligó a intentarlo por segunda vez. Pronto oí el sonido de las cuchillas al chocar entre sí, fue la confirmación de que ya podía respirar por sí mismo, lloraba.
El test de Apgar indicó que se encontraba en un estado excelente.