Dependías de mi veneno para vivir, dependías de mi para morir y para resucitar. Una sola palabra bastaría para sanarte y para matarte. Condicionaba tu sonrisa, tu tristeza, tu amor, tu odio, tus idas y venidas, tus sentimientos más primitivos y no eras consciente de tu fragilidad. Mientras tanto esperaba paciente el próximo zarpazo, dirigía tu trayectoria errática y no te dabas ni cuenta.
Y llegó la despedida, te dije adiós en el andén de aquella estación, con lágrimas en los ojos, tú ni me miraste, allí me quedé esperando tu regreso de aquel centro de desintoxicación. Tu sonrisa de escaparate contrastaba con el vértigo de mi mirada. Habías decidio vivir, tus lágrimas mojaban mis mejillas y así nos despedimos, hasta pronto.
Luchaste sólo, aislado, entre penumbras. Venciste a fantasmas corpóreos e incorpóreos y a tu propio cuerpo, te acuné con mi voz pero tu desprecio hizo que me ahogara en mi propio vómito. Es un proceso largo, donde escalar tus propias montañas. las de adentro. Volviste a sonreir sin necesidad de tóxicos, poco a poco estabas sanado y era yo quien enfermaba.
Hoy puedo decir que me venciste, que me anulaste, pero que no ganaste la batalla. Sigo aquí acechándote, buscando tu renuncio, tu tropiezo.