Es una auténtica pendejada morirse el día de difuntos, es como nacer un 29 de febrero, con la de días que hay en el año y me toca precisamente este día, que chingada. Además, uno se muere de forma elegante, pero no, mi muerte resultó de lo más absurda. En Ciudad de Méjico, morirse de accidente resulta de los más absurdo.
Iba de camino a chambear, yo era pastelero ¿saben?, y me cruzo con una morena de aupa, quedo petrificado en medio de la calle, girando sobre mi propio eje, arrugo los labios con la idea de silbar, cuando de pronto un impacto me desplaza unos metros. La mala suerte hace que mi nuca se golpee con el bordillo, decenas de panes de muerto se distribuyen por la acera. Los viandantes no me hacen ni caso, menudo atropello de masa azucarada, y además de agrapa. Yo me quedé como un pollo congelado, con la lengua fuera y babeando, pero nada de apetito, con lo que me gustan los dulces.
Al cabo de un rato llegó una ambulancia, a mí me daba igual, ya llevaba un rato muerto. Se aproximó un señor con bata blanca que confundí con el churrero de la esquina, me puso unos cacharros en el tórax y comenzaron las descargas, y yo le grito que ya estaba muerto, y ellos ni caso.
Cuando llego al hospital no me quieren admitir por indocumentado, tratan de identificarme y me realizan un cacheo, pero de mi cartera ni rastro. Creo que se la llevó un curioso que no tuvo la decencia ni de cerrarme los ojos, yo le repetía una y otra vez que lo que encuentre lo podemos repartir a medias, pero ni caso. No es que me preocupe demasiado la cartera, pero, ¡uf!, renovar el documento de identidad resulta un engorro. Pronto apareció mi esposa con la mirada perdida, se conoce que ya le habían dado la noticia, se puso a llorar mientras ojeaba unos documentos. Por su media sonrisa, parece que estaba leyendo el contrato del seguro de vida, se secó las lágrimas, — Bueno, es como si muriera dentro de once meses, dijo– la muy canalla, con lo mosquita muerta que parecía.
Ahora es cuando empiezo a estar hasta las chanclas de haber muerto, y además en sábado, hay que tener mala suerte para morir en festivo, ahora estaría yo con mi chela viendo a Guadalajara.
Me visten con traje negro y corbata apretada, por dios, casi me muero. Comienzan a aplicarme un potingue en la cara y rezo para que no me pinten los labios, pero nada, me pintan los labios y los ojos, estoy muy incómodo con esta situación, esto es de locos. No veo a ninguno de mis compañeros de trabajo, claro, es sábado y es su día libre, el único pringao que trabaja un día de fiesta ahora está de cuerpo presente, si fuera lunes estarían todos ahí, aunque sólo fuera por perder el rato de trabajo. Bueno, veo al chingón de Cruz, al que debo 7000 pesos. Se aproxima a mi esposa y cuando es consciente de que ese dinero lo ha perdido, empieza a llorar, ella le consuela, le susurra algo al oído y sonríen. Pobrecillo, es el más perjudicado de todos, está muy afectado.
Ahora espero al cura, que se alegrara de oficiar la misa a un ateo como yo. Ojalá que no queme incienso como viene siendo habitual, soy alérgico y como empiece a estornudar verás el daño que me hago en la garganta, con este nudo tan apretado. Me quedan pocas horas para ver al sepulturero que es lo único que me incomoda, desde pequeño tengo miedo a la oscuridad, pero esta pena no me va a durar toda la vida, o al menos, eso digo yo. Impaciente por conocer a mis nuevos vecinos, miro el reloj, sería demasiado castigo que le chillara la ardilla, porque guapos, lo que se dice guapos no serán estos chamaquitos.
¡Vaya nochecita me espera!