Secuestrados.

Cuando recibí aquel correo electrónico de un origen tan conocido, estaba totalmente expuesto. —¿Por qué a mí?, nunca pude sospechar el devenir de acontecimientos. Meses de trabajo y años de vida estaban encriptados con una clave que sólo ellos conocían. Las instrucciones no fueron claras, pero entendí que había que pasar por el aro. Un calor sofocante se apoderó de mí, intentaba abrir una y otra vez aquel fichero y el resultado era siempre el mismo, ilegible.

A día de hoy, una palabra desconocida me taladra el subconsciente, Bitcoin. Los ficheros siguen ahí, y yo, esperando a que se despierten.

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