Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, pero no estuvo lúcido ni un minuto más. La mezcla de alcohol y el caballo le habían provocado ese estado, agujereado cual queso de gruyere y vagando como un alma en pena.
—Llevo un cuelgue mu chungo—decía en la camilla al enfermero que le atendió. Al llegar al hospital ya le conocían, estabilizado y con su dosis de metadona, sólo atinaba a decir: —Llamad a Aladar, que ya no se preocupe más por mí.